Por. Freddy Fariña
En la actualidad, la falta de prédica cristiana en las calles es un fenómeno preocupante que refleja una desconexión entre el mensaje del evangelio y la vida cotidiana de muchos creyentes. Las iglesias evangélicas, que alguna vez se caracterizaban por su fervor evangelístico, han reducido drásticamente sus actividades de campo blanco y campañas evangelísticas en los barrios.
Este cambio ha dejado un vacío en comunidades que necesitan desesperadamente escuchar el mensaje transformador de Jesucristo. La pasión inicial que muchos cristianos experimentaron al entregarse a Dios parece haberse enfriado, dejando a la juventud y a los adultos vulnerables ante la atracción de vicios y pecados.
La Biblia nos advierte sobre la importancia de predicar el evangelio: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura" (Marcos 16:15). Este mandato no es solo para unos pocos, sino para todos los creyentes. El primer amor que una vez ardió en el corazón de los cristianos, ese deseo ardiente de llegar temprano a la iglesia y compartir la palabra sin cesar, parece haberse desvanecido.
La urgencia por alcanzar a nuestros familiares y amigos con el mensaje del evangelio se ha diluido en medio de la rutina diaria y las distracciones del mundo moderno. ¿Qué pasará con aquellos que no escuchan el mensaje redentor? La pregunta resuena con fuerza: si no somos ejemplos vivos del amor de Cristo, ¿quién transformará sus vidas?
Vivimos tiempos peligrosos, donde la juventud enfrenta desafíos sin precedentes. Las redes sociales, los vicios y las influencias negativas están moldeando sus vidas de maneras alarmantes.
Esta situación nos llama a reflexionar sobre nuestro papel como cristianos. ¿Estamos ejerciendo el ministerio que Dios nos ha delegado? Recordemos la parábola de los talentos (Mateo 25:14-30), donde se nos enseña que debemos utilizar lo que se nos ha dado para glorificar a Dios y edificar Su reino. No podemos permitir que el miedo o la complacencia nos impidan cumplir con nuestra misión.
Es fundamental que cada miembro del cuerpo de Cristo despierte y reconozca su responsabilidad en la Gran Comisión. Si estamos dormidos en nuestra fe, corremos el riesgo de perder almas valiosas que esperan escuchar un mensaje de esperanza y salvación. Levántate, iglesia de Jesucristo; empodérate para salir al encuentro de aquellos que anhelan conocer el amor incondicional de Dios. Cada consejo, cada acto de amor y cada invitación a la iglesia pueden ser el punto de inflexión en la vida de alguien.
En conclusión, es hora de reavivar esa llama del primer amor y salir a las calles para compartir el evangelio con valentía. Procuro siempre llevar a alguien al culto, sabiendo que quizás esa persona acepte a Cristo como Salvador después del servicio. La necesidad es urgente; las almas están en juego.
El mismo Dios que estuvo presente ayer sigue siendo fiel hoy, y así como Cristo regresará, debemos estar preparados para dar cuentas sobre cómo hemos utilizado los talentos que Él nos ha confiado. No dejemos pasar esta oportunidad; es momento de actuar y ser luz en medio de la oscuridad.