Por Adolfo Fariña
miércoles
En los últimos años, la República
Dominicana ha enfrentado un fenómeno complejo que muchos describen como una
invasión pacífica desde Haití. Este proceso, impulsado por la migración masiva
de haitianos en busca de mejores oportunidades, ha generado tensiones y
preocupaciones sobre la estabilidad del país. Las bandas haitianas, que operan
en territorio dominicano, han comenzado a galopar terrenos y a establecerse de
manera creciente, lo que plantea interrogantes sobre la capacidad del Estado
dominicano para gestionar esta situación.
La llegada de haitianos ha sido impulsada
por la crisis económica, política y social que vive Haití. Muchos dominicanos
comprenden el sufrimiento de sus vecinos y reconocen la necesidad de brindar
apoyo humanitario. Sin embargo, el aumento descontrolado de la migración
también ha llevado a un incremento de la delincuencia y al despojo de tierras
en diversas regiones del país. Esta situación ha generado un sentimiento de
inseguridad entre los dominicanos, quienes ven amenazada su estabilidad
económica y social.
Como país libre e independiente, la
República Dominicana tiene el derecho soberano de tomar decisiones tácticas respecto
a la entrada masiva de migrantes irregulares haitianos. Esto incluye
implementar controles estrictos en hospitales y fronteras para garantizar la
seguridad y el bienestar de sus ciudadanos. La defensa de estos derechos es
fundamental para asegurar que se aborden las preocupaciones legítimas sobre el
impacto que esta situación tiene en la vida diaria de los dominicanos. Es
esencial recordar y vivir el legado del maestro Juan Pablo Duarte, quien abogó
por una nación fuerte y unida, donde se respeten los derechos de todos sus
habitantes.
La situación actual demanda un enfoque
equilibrado que considere tanto las necesidades humanitarias como la seguridad
nacional. Es fundamental establecer un diálogo constructivo entre República
Dominicana y Haití para abordar las causas subyacentes de la migración y
fomentar un ambiente de paz y cooperación. Solo así se podrá garantizar un
futuro estable y próspero para ambos pueblos, evitando que las tensiones
actuales se conviertan en un conflicto más profundo que amenace aún más nuestra
convivencia en la isla.